La Incertidumbre radical pandemia COVID-19 – como se define actualmente la situación por la que, lamentablemente, se enfrentan la totalidad de los países a resultas de la pandemia que nos azota – alude a la imprevisibilidad en el futuro y a la falta de certeza respecto a la situación creada, con la imposibilidad de definir con exactitud el estado actual, el estado futuro o más de un resultado posible.
Esta “incertidumbre”- que ha estallado de forma generalizada con la pandemia del “coronavirus”- convive en nuestra sociedad desde hace varios años, en los que se ha manifestado a través de los continuos cambios y transformaciones que se han venido sucediendo de manera imparable en los ámbitos laboral, personal, educacional y social.
La familia ha sido, desde siempre, el embrión básico que ha permitido la evolución y la creación de nuestra sociedad y como todo sistema social ha sido y es sensible a todos los cambios que se producen en su entorno y ello por su propia condición de adaptabilidad al contexto social. La familia de hace cuarenta años nada tiene que ver con las familias actuales y los cambios que se han venido sucediendo durante los últimos quince años se han caracterizado por una tendencia cada vez más patente del individualismo en los miembros que la conforman. Con independencia del número, bien sea la más tradicional o se trate de familias monoparentales, cada uno de sus miembros suele tener su parcela y la necesidad de tenerlo todo controlado a través de los múltiples canales de información y comunicación que tenemos a nuestro alcance.
Sin duda, los cambios y transformaciones que se han venido sucediendo con frecuencia y rapidez estos últimos años, van a ser cuestionados y aumentados, de manera significativa, con la insólita y no menos desafortunada situación de alarma provocada por la pandemia; circunstancia ésta, que provocará un antes y un después en todos los ámbitos y en todos los países; coincidiendo, posiblemente, con un adiós al periodo de “globalización” y una bienvenida a la “desglobalización” y con todo lo que su instauración en la sociedad pueda comportar: disminución de la interdependencia entre los países del mundo, cambio climático, disminución de los procesos migratorios e incerteza a nivel económico, entre otros; elementos que, de confirmarse, van a aumentar sensiblemente la desconfianza y la incertidumbre entre las personas que la habitan.
El “apego” a la “seguridad”- a la que estamos acostumbrados- encontrará su rival en la “aceptación” de la “incertidumbre” y con ella la inseguridad y el éxito en su gestión. Ello no será fácil y deberemos empezar por entender a qué nos estamos enfrentando y con quién hemos de aprender a convivir; aun a sabiendas de que NO SABER QUÉ VA O QUÉ PUEDE PASAR nos produzca “temor” y que hemos de evitar que el temor nos acabe paralizando.
Aprendiendo a ser más humildes y a valorar debidamente las cosas que tenemos sin ansiar constantemente cosas nuevas y evitando el consumismo exagerado.
La inteligencia con que hemos sido educados y están siendo educados nuestros hijos va a tener que ser complementada o reemplazada por otro tipo de inteligencia- la inteligencia emocional- mucho más adecuada para dotar a los humanos de las herramientas necesarias para gestionar sus emociones, gestionar el temor y con ello la resistencia a aceptar que la incertidumbre puede formar parte de sus vidas y la vulnerabilidad les convierta en seres débiles, sin defensas para actuar.
La sociedad emergente con los jóvenes de hoy y los niños en las escuelas- a través de sus maestros y educadores- tendrán que familiarizarse con nuevas disciplinas que trasladen a sus alumnos la habilidad para gestionar sus emociones ante cualquier circunstancia que suceda a su alrededor, dotándole de las herramientas necesarias para tomar sus propias decisiones – frente a la influencia o condicionamiento de los demás- y hacerlo en base a su propio criterio y personalidad; a ser inalterables frente a la incertidumbre.
Con todo, el ser humano ha demostrado sobradamente, a través de la historia, su gran capacidad de adaptación ante cualquier tipo de adversidad. En estos momentos y sin que ello pudiera, tan siquiera ser imaginado, nos enfrentamos a un cambio excepcional que esperemos conlleve también un aporte positivo para nuestro planeta y nuestra sociedad. Y con él, nuestro reto y el mejor de los deseos: HAGAMOS QUE LA ADVERSIDAD SE TRANSFORME EN UNA OPORTUNIDAD Y HAGAMOSLO POSIBLE.