Regresando el otro día en metro desde la ciudad de la justicia, leí la noticia de que Holanda estudia legalizar una píldora venenosa para que aquéllas personas mayores “cansadas de vivir” puedan acogerse a su derecho a poner fin a su vida de manera libre y sin dolor.
Holanda es el primer país europeo en legalizar la eutanasia desde Abril del 2002; si bien y hasta el momento, los casos en que esta ley puede aplicarse de manera eficaz y directa quedan relegados a ser considerados como “enfermedad irreversible” y “sufrimientos intolerables”.
Hasta aquí, la legalización del derecho a morir dignamente para todas aquellas personas afectas de un sufrimiento imparable e insostenible cuya única opción es la de seguir sufriendo hasta la propia muerte, es loable y debiera ser una realidad en todos los países civilizados.
Sin embargo, mi sorpresa y a la vez estupefacción llegaron con el significado de la frase “cansadas de vivir” y el controvertido estudio encargado por el ejecutivo holandés para personas mayores “cansadas de vivir” y que- según encuesta- a diez mil personas mayores de cincuenta y cinco años, querían poder recurrir a esta opción cuándo “hayan completado su vida” aunque no estén gravemente enfermos.
La citada investigación parece surgir a partir de la idea que , hace cuarenta años, el Juez del Tribunal Supremo holandés HUIB DRION lanzó al Estado sobre la conveniencia de poner a disposición de los ciudadanos, que hubieran cumplido los setenta años, una píldora venenosa para que pudieran decidir en qué momento quieren acabar de vivir. Si bien, el señor DRION – según he leído – tuvo la suerte de morir plácidamente a los ochenta y seis años, sin tener que hacer uso de su propuesta y por causas naturales, me inquieta, a la vez que me provoca un escalofrío, la “banalización” que se está haciendo con la vida de algunas personas en un momento social en el que la coexistencia del sentido y el sinsentido de la propia vida pueden conducir al ser humano hacia un callejón sin salida dónde el pesimismo y la incertidumbre le impidan actuar con claridad.
Porque a nadie se le escapa que las presiones sociales de todo tipo se hallan cada vez más presentes en la sociedad; presiones que, de buen seguro, afectan con mayor crudeza a las personas más indefensas y vulnerables; indefensión y vulnerabilidad que se extienden imparablemente con independencia de la mayor edad de los afectados y , en consecuencia, no se nos escapa tampoco que, en breve, la edad de las personas que quieran poner fin a su vida por considerar que ya la han completado, va a ser cada vez más temprana.
Por suerte y como también apunta, con gran acierto, el estudio de investigación, según expertos:
“El deseo de morir puede desaparecer si mejora la calidad de vida de la persona”
O como también apuntó el ministro de sanidad holandés:
“Es mejor apuntar los esfuerzos en devolver el gusto por la vida”
NO podemos brindar “ideas” en momentos sociales “caóticos” que induzcan a los más débiles a un final presumiblemente no deseado.
Tiene que existir un LÍMITE entre el derecho del ser humano a tener una muerte digna y la “invitación” a morir cuándo las situaciones de presión creadas por la propia sociedad son insostenibles y esa “invitación” o “inducción” puedan convertirse en una nueva forma de eliminación.
Y este límite hemos de ponerlo nosotros, con nuestro rechazo a todo aquello que suponga un atentado a la propia dignidad de la persona con independencia de su edad y condición social.
Recuerdo aquí, en una ponencia sobre derecho de familia, la alusión de un ilustre compañero de profesión al hilo y en defensa del “principio del interés superior del menor” sugiriendo a los ponentes la creación de otro principio: “el interés superior de las personas mayores” entendiéndose por tales, el colectivo de personas mayores de sesenta años y cuya protección se hace tan necesaria en momentos de tanta incertidumbre social.
Hagámoslo posible empezando por nuestra sensibilización hacia aquellas personas que han quedado fuera del marco laboral y a todas aquellas que han cambiado su entorno social por el hecho de envejecer y no disponer de iguales mecanismos físicos y o mentales que antes, o simplemente haber quedado relegadas en un marco de “soledad”; con medidas que les permitan recuperar o mejorar su autoestima, su dignidad y evitar su ofuscación y la depresión que conlleva el sentirse excluidos por una sociedad que no los quiere y a quién molestan.
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