El maltrato en el ámbito doméstico o violencia en el hogar ha sido objeto de diversas definiciones por Organismos y Congresos de índole nacional e internacional.  Así, tenemos la definición que se hizo durante la celebración del primer congreso de organizaciones familiares celebrado en Madrid en 1987, como “ toda acción u omisión de uno o varios miembros de la familia que dé lugar a tensiones, vejaciones u otras situaciones similares en los diferentes miembros de la misma” , o la definición dada por el Consejo de Europa como “ toda acción u omisión cometida en el seno de la familia por uno de sus miembros, que menoscaba la vida o la integridad física o psicológica , o incluso la libertad de otro de los miembros de la misma familia, y que causa un serio daño al desarrollo de su personalidad”.   Sin duda cabe, esa violencia “familiar” ha existido y ha sido común , especialmente en las mujeres, desde tiempos inmemoriales; violencia, que ha sido ejercida en un acto de dominio de una persona sobre la otra.

Esa fuerza que es ejercida sobre otra persona , implica siempre un acto de poder, poder que normalmente se halla unido a la facultad que uno tiene para mandar o ejecutar una cosa.

    Si leemos a J.

CORSI[1], éste nos indica la relación que existe entre el poder y el control ; ambos, elementos siempre presentes en la figura del maltratador.

 Para Corsi  “poder” es la capacidad de afectar a otras personas y “control” es la forma exitosa de poder.

 Pero para que exista un acto de poder continuado, ha de darse una situación de sumisión por la otra parte.

Incluso puede ocurrir que, inicialmente ambas partes se hallen inmersas en una lucha de poder.

En esas circunstancias, lo  seguro es que llegado un punto, una de las dos habrá de someter ( vencer) necesariamente a la otra.

Hasta aquí, es fácil pensar que aquella parte sometida o subordinada a la otra será generalmente la parte considerada “ más débil”, lo cual nos lleva a pensar que,   por razones obvias, y si partimos de la base que el cuerpo femenino es biológicamente menos musculoso y mucho más frágil en cuanto a su morfología, la subordinada “ por excelencia “ ha sido siempre la mujer y por ende los niños y los ancianos.

Pero lo cierto, es que la explicación a esta subordinación no puede limitarse únicamente a un problema de mayor o menor fuerza bruta.

Una de las principales aportaciones de la antropología de la mujer, ha sido el continuado análisis de los símbolos del género y de los estereotipos sexuales.

En este sentido, la aportación del ensayo realizado por Sherry Ortner[2]y el artículo escrito por Edwin Ardener[3] , abrieron una vía muy importante para el estudio de la subordinación de la mujer a través de un análisis del simbolismo del género.

Para Ortner, la subordinación femenina es universal pero, al no ser dicha condición inherente a las diferencias biológicas entre los sexos, es preciso buscar otra explicación.

Si partimos de la idea que las diferencias biológicas entre hombre y mujer sólo tienen sentido dentro de sistemas de valores definidos culturalmente  Ortner situó el problema de la asimetría sexual al mismo nivel que las ideologías y las diferencias culturales.

Para ella  el papel secundario de la mujer en la sociedad es un hecho universal ; sin embargo, en el interior de este hecho universal , las concepciones y símbolos culturales y específicos de la mujer son de una diversidad enorme y , a veces, contradictoria.

Del mismo modo , el tratamiento real que recibe la mujer a lo largo de la historia y su poder varían de una cultura a otra ; razón por la cual, subordinación- hecho universal y trato-poder – disparidad cultural , son elementos afines y relacionados con un mismo problema: la desigualdad entre hombre y mujer que conduce al sometimiento de ésta respecto a aquel.

  Ortner , se preguntó qué tienen en común todas las culturas para que valoren menos a la mujer que al hombre.

La respuesta a la que llegó la autora del ensayo es que todas las culturas relacionan a la mujer con algo que todas subestiman y ese algo, es la “naturaleza “ en su sentido más amplio.

  Desde el origen del hombre en la tierra, numerosos grabados  alusivos a diferentes etapas de la humanidad nos hacen observadores de la vinculación y a la vez la amenaza que para aquellos supuso la naturaleza con la que tuvieron que aprender a convivir.

Si nos preguntamos porqué el hombre ha temido siempre tanto a la naturaleza  la respuesta posiblemente sería por su dificultad o incluso imposibilidad de controlarla.

En este sentido el hombre tuvo que aprender a dominarla – en mayor o menor medida – y ello lo hizo a través de diferentes culturas.

Todas las culturas reconocen y establecen una diferencia entre la sociedad y la naturaleza.

La cultura trata de controlar y dominar a la naturaleza para que se someta a sus designios.

Es por lo tanto, superior al mundo natural y pretende socializarla.

Dado que la cultura aspira a controlar y dominar la naturaleza , es obvio que las mujeres , por su “relación “ con la naturaleza , experimenten el mismo control y el mismo dominio por parte del hombre cuya vinculación a la cultura es también un hecho universal.    La mujer , dada su fisiología y su función reproductora, se encuentra más cerca de la naturaleza.

El papel social de la mujer se ha circunscrito a la reproducción y su ámbito de acción ha quedado confinado al hogar, al cuidado de la familia y por consiguiente al ámbito de lo doméstico y lo privado.

El hombre , a diferencia de la mujer, ha desplegado su acción en el ámbito público, buscando medios culturales de creación para poder subsistir.

Así , podemos vincular expresiones como: arriba , derecha, superior, cultura y fuerza al elemento masculino , mientras que otras como: abajo, izquierda, inferior, naturaleza y debilidad se asocian al elemento femenino.

Pero estas vinculaciones, como afirma Ortner, no proceden de la naturaleza biológica o social de cada sexo sino que son una construcción social que tiene su base en una serie de actividades que la determinan y por las que es determinada.

  Otra antropóloga que estudió la subordinación “universal” de la mujer fue Karen Sacks.

En una de sus obras[4]  , la autora aprecia cómo varía la condición de la mujer de una cultura a otra y  analiza la posición de la mujer según su intervención en los medios de producción.

Partiendo de una sociedad sin clases, distingue dos modos de producción: el comunal y el familiar.

En el primero, todas las personas que lo conforman – hombres y mujeres – mantienen la misma relación con los medios de producción y , por tanto, pertenecen en igualdad de condiciones a lo que  podría llamarse una “ comunidad de propietarios”.

Respecto al segundo modo – el familiar – los grupos familiares controlan los medios de producción y en este modo la condición o el “status” de la mujer varía según sea HERMANA o ESPOSA.

Para Sacks, si la mujer ejerce sus derechos en cuanto hermana , su condición mejora en comparación de aquella mujer que los ejerce como esposa.

Cuando , en el caso referido, la mujer es hermana , se la considera miembro del grupo familiar dirigente; cuando es esposa , sus derechos van a derivar del matrimonio contraído con un miembro del grupo familiar y no de su relación con su propio grupo familiar.

Del estudio de Sacks , subyace la conclusión de que si la mujer y el hombre acceden por igual a los medios de producción , existe necesariamente igualdad de sexos.

  Sin duda , fue Clare Burton en su libro[5]  , quien criticó duramente las teorías de Sacks , sentando que la valoración cultural atribuida a los hombres y a las mujeres en la sociedad, no depende solamente de su posición ante el sistema de producción.

Aunque los hombres representaban el elemento dominante en muchas sociedades, las mujeres poseían y esgrimían también un poder considerable.

El problema que hubo durante las investigaciones, no sólo hizo referencia a que la antropología en cuanto disciplina había omitido aspectos muy importantes y clave en la vida de las mujeres sino que también pudo comprobarse que ciertos informes ilustrativos de la subordinación de la mujer en determinadas sociedades no se correspondían con la realidad de los hechos lo cual no deja de conducirnos a una interpretación sexista de una merecida cuando no alcanzada igualdad en determinadas etapas culturales entre hombre y mujer.

  Hasta aquí , algunas de las teorías más importantes en cuanto a la antropología feminista , aunque quizás merezca un alto en el camino para llegar a profundizar acerca del origen de la subordinación y por tanto causa fundamental de la desigualdad entre hombres y mujeres, el analizar la obra de uno de los máximos representantes de la Ilustración – Jean Jacques Rousseau – , quien se contradice claramente cuando propugna los ideales de “libertad “ e “ igualdad” por  un lado , en tanto que por otro excluye de sus principios a las mujeres , exhibiendo un clarísimo talante patriarcal.

  En su libro “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”[6] , Rousseau distingue entre un “estado de pura naturaleza” y otro” estado presocial” que va a ser la columna vertebral del estado social.  En el estado de pura naturaleza- el hombre que lo habita – vive en un estado de absoluto aislamiento.

En ese estado se da la plena autosuficiencia y por consiguiente la independencia del hombre y la ausencia de pasiones.

Los productos de la tierra le proporcionaban todo aquello que necesitaba y con su instinto aprendió a utilizarlos.

Cuando los salvajes – es así como Rousseau llama a los hombres en aquel estado – se perpetuaban lo hacían desprovistos de cualquier sentimiento y el acto sexual era un acto puramente animal.

Una vez satisfecha la necesidad , los dos sexos no volvían ya a reconocerse y el propio hijo no era nada para la madre en cuanto podía alcanzar su independencia biológica.

En ese estado el único rasgo de desigualdad que existía entre los salvajes  era el de la fuerza física  puesto que para el ginebrino la procreación de las mujeres no era un hecho que produjera desigualdad.

  El inicio del estado presocial , se caracteriza por la desaparición de la forma de vida mantenida hasta el momento por los “salvajes” – el aislamiento – y el comienzo de la cooperación entre aquellos.

Aparecen las primeras formas de organización social y los individuos son más complejos psicológicamente porque han iniciado el proceso del pensamiento.

En aquella época , surge la “familia” como forma de organización social  y se inicia la diferenciación  en la manera de vivir de los sexos.

La diferenciación en la manera de vivir entre hombres y mujeres se expresa a través de la división sexual del trabajo.

“Las mujeres hiciéronse más sedentarias y se acostumbraron a guardar la choza y los hijos mientras que el hombre iba en busca de la subsistencia común”.

  El asentamiento de las familias engendra relaciones entre ellas y entre jóvenes de ambos sexos de las familias vecinas.

La costumbre hizo el resto.

Es en el estado presocial donde se inicia la sujeción de la mujer al hombre.

  En la obra de Rosseau , la sujeción o el sometimiento de la mujer al hombre es un hecho natural porque, para el ginebrino, la mujer es definida como sinónimo de desorden y subversión.

[7] “ Porque la dependencia , siendo un estado natural para las mujeres, hace que las hijas se sientan hechas para obedecer.

Por la misma razón de que ellas tienen o deben tener poca libertad, llevan hasta el exceso aquella que les dejemos, extremadas en todo, ellas se entregan a sus juegos con más arrebato todavía que los muchachos: éste es el segundo de los inconvenientes de que acabo de hablar.

Este arrebato debe ser moderado, pues es la causa de varios vicios particulares de las mujeres, como, entre otros, el capricho de la manía, por cuyo influjo una mujer se transporta hoy por un objeto que mañana no considerará” .

Pero para Rousseau , el sometimiento de la mujer al varón debe materializarse a través del consentimiento y no de la fuerza.

El consentimiento de la mujer culmina con su virtud.

La esposa obedece al marido y cuida de sus hijos porque les ama y porque así se convierte en una mujer virtuosa.

Pero qué puede ocurrir si la mujer se niega a ejercer su papel de madre y esposa? Para Rousseau , ello es equivalente al mismo acto de traición que comete aquel ciudadano que no respeta la” voluntad general”.

Rousseau considera que el varón es virtuoso al ejercer la ciudadanía, en tanto que la mujer se vuelve virtuosa cuando ejerce como esposa y madre.  Con ello culmina el reforzamiento de la familia patriarcal.

  Carole Pateman en su obra[8] , explica que el contrato sexual- que pudo ser el origen del actual contrato de matrimonio – y que  se origina cuando tiene lugar el contrato social de Rousseau- , pudo ser un pacto entre hombres y mujeres  a partir del cual éstas aceptaban la sujeción al varón a cambio de la protección que aquel les brindaba.

Siguiendo a Pateman, el contrato sexual creó una  relación de subordinación de las mujeres respecto a los varones , de forma tal que cuando se llega al contrato social aquellas están ya excluídas  de él como posibles sujetos del mismo.

  Otro ilustrado, Poulain de la Barre[9] ,  considera que es la extensión de la familia el origen de la división sexual del trabajo y una de las claves de la desigualdad en los sexos tiene su inicio con la no participación de las mujeres en la guerra.

Las mujeres al no participar en la guerra , son también conquistadas como parte del botín.

  Pero sin duda, la crítica más feroz a Rousseau, corrió a cargo de otra ilustrada: Mary Wollstonecraft[10], quien considera , entre otras razones, que el principal error de Rousseau estriba en el hecho de que analiza las costumbres y los hábitos de las mujeres como si fuesen rasgos innatos o facultades naturales.

Considera al prototipo de mujer creada por Rousseau “ Sofia” como como el esquema ideal de mujer que habita en la imaginación de aquel pero que no se corresponde , en modo alguno, con el prototipo de mujer real.

Las mujeres- para Wollstonecraft -al igual que los hombres son iguales porque ambos pertenecen al género humano, siendo los perjuicios creados en torno a la mujer , la única barrera que impide dicha igualdad.    Pero lo cierto es que nos hallamos ante una realidad palpable y es el hecho de que la dominación masculina ha sido , desde siempre, un arquetipo de la violencia como símbolo; entendiendo por violencia simbólica todo acto de poder por el que el hombre ha conseguido imponer determinados valores e imponerlos como legítimos cuando en realidad lo que subyace en dichos actos de poder es la propia fuerza masculina.

Como dice María Antonia García de las Heras[11] , la violencia simbólica se logra a través de una errónea apreciación de la realidad, en la que hombres y mujeres reconocen la dominación masculina como el orden social de la vida.  En este sentido , la cultura antigua relacionaba la masculinidad como nobleza y la práctica de aquellos juegos de honor y guerra a la fuerza física que sólo poseía el cuerpo del hombre.

Hasta hace poco y todavía hoy, existe una marcada diferencia entre el reconocimiento social del hombre en actividades ligadas a la política, a las ciencias o a las artes por ejemplo y el que puede hacerse a la mujer en igualdad de condiciones.    Pierre Bourdieu[12], cuando habla sobre la dominación masculina llega a la conclusión de que la imposición de valores a la que se  ha llegado a través de la violencia simbólica, es una visión del mundo con la que el hombre satisface su sed de dominio  y que las mujeres  han asumido aceptando de forma inconsciente su inferioridad.

Para Bourdieu,  la preeminencia universalmente reconocida a los hombres descansa en la objetividad de las estructuras sociales y de las actividades productivas y reproductivas, basándose en una división sexual del trabajo de producción y reproducción biológico y social que conlleva al hombre la mejor parte.

Los esquemas que se construyen funcionan a manera de moldes mentales que recogen todos los pensamientos y acciones de los miembros de la sociedad y que , al ser universalmente compartidos, se trasmiten e imponen con carácter trascendental.

Bourdieu , llega a la conclusión de que las estructuras de dominación son el producto de un trabajo histórico y , por tanto, continuado, de reproducción al que contribuyen unos agentes singulares ( entre los que están los hombres , con unas armas representadas por la violencia física y la violencia simbólica ) y a la vez unas instituciones compuestas por la Iglesia, la familia, la escuela y el Estado.

  Los dominados aplican a las relaciones de dominación unos valores construidos desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolos aparecer de ese modo como naturales.

Eso puede conllevar a la depreciación o autodenigración de muchas mujeres.

  “Lipovetsky” [13], nos habla de tres tipos de mujeres hasta llegar a la mujer actual.

La primera mujer –según Lipovetsky – era la mujer depreciada o desvalorizada.

El analista , considera la división de los roles atribuidos al hombre y a la mujer como un principio invariable , si bien el reparto en las funciones varía de una sociedad a otra.

Este principio de diferenciación va a reforzarse con otro principio – también universal – cual es el “ dominio social del hombre sobre la mujer”.

La supremacía del sexo masculino sobre el femenino es evidente y la ley más general de las sociedades – a lo largo del transcurso de la historia – establece el dominio social, político y simbólico del varón.

Las mujeres – hasta bien entrada la Edad Media – en buen grado infravaloradas, van a verse apartadas de las funciones nobles y sólo las actividades reservadas a los hombres van a ser fuente de gloria y renombre.

Ello no obstó – sin embargo – para que en algunas sociedades primitivas, aquellas pudieran ejercer derechos importantes en cuestiones relativas a la propiedad, la vida doméstica , la educación y la redistribución de alimentos.

Pero, lo cierto en líneas generales, fue un papel de la mujer encasillado en actividades sin brillo y ligado a duros e injustos perjuicios  por cuanto, desde los mitos salvajes al relato del Génesis, se la define como elemento oscuro y diabólico, ser que se vale de encantos y ardides y asociada a las potencias del mal y del caos, con las fuerzas que agreden el orden social[14].

 Sirva como frase significativa y alusiva a esa imagen de la primera mujer de Lipovestky o mujer depreciada , el dicho atribuido a PERICLES “ La mejor de las mujeres es aquella de la que menos se habla”.

Esta figura de la mujer depreciada va a prolongarse hasta los albores del siglo XIX.

Es a partir de la Ilustración , cuando la figura de la mujer como” mal necesario” va a sufrir una gran transformación.

El mito del peligro y el desorden se convertirá en “ mujer amada y soberana del hombre”.

Se admirarán los efectos beneficiosos de la mujer por encima de las costumbres.

Se sacraliza a la esposa-madre-educadora.

Pero ello no influirá en la jerarquía establecida en cuanto a sexos , porque las decisiones importantes van a seguir siendo una cuestión  de hombres y el poder de la mujer quedará circunscrito al ámbito de lo simbólico, de los discursos y de lo privado, entendiendo por tal el ámbito de la vida doméstica.

La mujer no desempeña papel alguno en la vida política , es dependiente económica e intelectualmente y debe obediencia al marido.

  Ese deber de obediencia al marido va a perdurar hasta bien entrada la mitad del siglo XIX – en nuestro país la mujer debía obediencia al marido hasta el año en que finalmente se proclamó la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer, en 1975.

Hasta entonces, se aplicaba – paralelamente al deber de obediencia – el derecho de corrección que otorgaba gran poder al marido , por cuanto permitía – bajo el pretexto de la corrección – “ lesionar a su esposa – también a sus hijos – en un intento de autoridad mal interpretada y vilmente oportunista que perjudicó gravemente a tantas mujeres y cuya actitud se vio refrendada por la Iglesia y el propio Estado.    Lo cierto- y ello se desprende de la mayor parte de las teorías acerca de la subordinación femenina – es que a lo largo de la historia, la maternidad ha sido concebida como el rol vinculado a la entrega  el sacrificio y la renuncia.

Hasta hace poco , la maternidad ha sido la única fuente de realización personal y de placer que daba prestigio a la mujer.

Esa realidad de “familia patriarcal” generó una cultura de maternidad que ataba a la mujer y la hacía dependiente de la figura masculina: primero estuvo atada al padre y , en muchas ocasiones, eran las hijas quienes libraban a algunas familias de la ausencia de la madre y se encargaban de cuidar no sólo al padre sino también a los hermanos y al resto de la familia; en ocasiones también se les permitía – a través del trabajo que realizaban en el campo – ampliar las riquezas de la familia.

Una vez se casaban, las hijas pasaban de ser dependientes del padre para serlo de sus respectivos maridos, a quienes estaban obligadas a darles hijos para perpetuar el linaje.

Y aunque ella era magnificada en su rol materno, quien controlaba su fecundidad y su cuerpo era el hombre.

  Esa cultura patriarcal de la maternidad, ha conformado un sistema de valores que ubican al hombre en una situación ventajosa sobre la mujer, por cuanto lo liberan de la carga que para él supondría el tener que cuidar y educar a sus hijos.

Si las tareas al respecto hubieran sido repartidas por ambos progenitores desde un principio, no estaríamos ante un hecho universal de  la cultura masculina que sienta la desigualdad entre ambos sexos frente a una subordinación universal de la mujer.

No estaríamos hablando de ámbito privado o doméstico para la mujer y público o social para el hombre.

Esa dicotomía no existiría y posiblemente esa epidemia generalizada de la cultura a los malos tratos quedaría circunscrita a la “ ciencia ficción”.

Pero lamentablemente eso no es así y nos enfrentamos a un mal endémico cuya extinción no es tarea fácil.

La maternidad ya no se vive hoy como hasta hace poco.

Para muchas mujeres  , especialmente las jóvenes, hoy se experimenta la salida del hogar para poder trabajar fuera y como consecuencia del trabajo fuera del hogar, el “ status” de esas mujeres las aproxima, cuando no iguala, a la economía y la cultura de los hombres.  El contenido del rol materno empieza a cambiar con la integración de la mujer en el mundo laboral y ello implica por parte de aquella, una mayor organización y la colaboración de sus hijos e incluso de su pareja en las tareas domésticas.      Actualmente y en línea progresiva en nuestro país, desde aproximadamente 1976 hasta nuestros días,  la subordinación de la mujer al hombre está dejando de ser un hecho universal para convertirse en un amago de reducto universal.

Porque actualmente todo en la existencia de la mujer es ahora objeto de elección, de interrogación y de arbitraje.

Es la tercera mujer para Lipovetsky o “ mujer indeterminada “.

Pero esa mujer actual , libre, igual e independiente no necesariamente ha de confluir con el hombre para alcanzar plenamente su libertad , porque ésta ha de construirse a partir de roles diferentes.

  La transición hacia un modelo de maternidad que no ate la mujer al hombre y que no la enfrente como realidad individual y social es todavía hoy una tarea harto difícil y llena de contradicciones; contradicciones que oscilan entre lo doméstico y lo público, los tabúes o prejuicios y esa nueva concepción del mundo femenino, entre el estrés que es vivido por la mujer cuando le abruman la sobrecarga del mundo laboral y el hogar y el sentimiento de culpa que genera el haber “ abandonado” a su familia frente a sus ansias por aspirar a una vida mejor y más plena, entre su amor por la familia y el amor por si misma.

Todo ello, sin duda , no es fácil de compaginar y es abono para un cultivo de conflictos en el hogar y , por ende , de violencia doméstica.

  Centrándonos en el núcleo de la violencia doméstica o familiar , la agresión y la violencia se definen como cualquier forma de conducta que pretenda herir física o psicológicamente a alguien de forma intencionada.

Para Leyens[15] , esa intencionalidad es la que diferencia la respuesta humana frente a la violencia de la respuesta que puedan dar otras especies, como por ejemplo los animales quienes normalmente agreden en un intento por sobrevivir o como claro medio de defensa.

Pero tal y como manifiesta la doctora María José Benitez Jiménez[16] , debido a que las relaciones interpersonales se construyen en función de elementos condicionados por caracteres de diversa índole, para tratar el tema de la violencia familiar es preciso distinguir entre “agresividad” y “ Violencia” como dos formas de respuesta al conflicto.

Si el hecho de comunicarnos conlleva la posibilidad de conflicto y la resolución de conflictos es inherente a todo tipo de relación , ello no tiene que conducir necesariamente a explosiones de violencia.

Pero como afirmo al inicio de este trabajo, la violencia es siempre una forma de ejercicio del poder; es decir, subyace una fuerza que es ejercida sobre otra persona y que concluye con la sumisión de la otra parte.

Lo que ocurre entre relaciones ligadas a un vínculo afectivo , cuando éstas se hallan inmersas en una relación violenta, es que lo que se persigue es dañar a la otra persona a través de la fuerza y solucionar así el conflicto.

Ello implicará siempre la existencia de cierto desequilibrio de poder , ligado a un claro abuso de poder, que dándose de forma constante , posibilita el sometimiento de una de las partes a la otra.    Con todo , no podemos pensar que  el uso de la violencia por parte del “agresor” o “dominador” sea siempre la misma.

En función de su cultura, “status” , edad , experiencias vividas dentro de su familia de origen y patologías propias, estaremos ante la figura de un “perverso” o de un “ simple maltratador físico”.

Normalmente la diferencia entre uno u otro , va ligada a su nivel intelectual y a sus posibilidades económicas y sociales.

Generalmente  cuánto mayor es el nivel cultural y socio-económico del agresor , éste es capaz de maquinar hasta su consecución el “ crimen”  de forma  que no deje huella.

El perverso no ataca físicamente a su víctima.

La induce mentalmente , con una precisa técnica de desgaste autodestructivo , para que “ in extremis” sea ella quien acabe atentando contra su propia vida.

Como bien dice la psicoanalista Marie-France Hirigoyen[17] : “ Poco a poco me di cuenta de que los perversos existían como existen los asesinos en serie, un fenómeno que , por su gravedad, hay que tener muy en cuenta”.

“ Me resultó muy curioso comprobar la cantidad de pacientes que se sentían destruidos por alguien”.   El acoso moral o “ violencia perversa” es la posibilidad de destruir a alguien sólo con insinuaciones, palabras o miradas.

  A medida que , el “status” socio-económico va bajando y el nivel cultural es reducido o inexistente , el agresor acostumbra a ejercer su “ violencia “ mediante gritos y frases despectivas.

Esas frases despectivas que , a veces, pueden ir acompañadas por un empujón ,un bofetón o un simple arañazo, se convierten en un círculo viciado que, en función de la presión social existente – problemas económicos, separación, problemas laborales y personales ( alcoholismo, drogas) – provoca en el “agresor” una conducta violenta hacia la otra parte capaz de llegar hasta límites que desgraciadamente todos conocemos a raíz de los acontecimientos que, en este sentido, se han venido produciendo durante estos últimos años y por los que, numerosas mujeres, han muerto en manos de quienes fueron sus maridos o parejas sentimentales.

  Dentro de la “conducta violenta” es interesante hablar sobre el papel de la “víctima”.

La victimología, aparece en el horizonte a partir de 1945 , cuando , con ocasión de la respuesta de los judíos contra el holocausto alemán, el concepto de “víctima” gira alrededor de la macrovíctima o víctima del abuso de poder.

  Las Naciones Unidas , en su declaración de 1985, dedican un apartado a las víctimas del abuso de poder  y las define como “ las personas, que, individual o colectivamente , hayan sufrido daños, incluso lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales como consecuencia de acciones u omisiones que no lleguen a constituir violaciones del derecho penal nacional , pero violen normas internacionalmente reconocidas relativas a los derechos humanos”   Posteriormente, el estudio y concepto de las víctimas de los delitos comunes , se extiende a las mujeres, a los niños y a las personas más vulnerables[18] .

  Entre los investigadores en victimología está VON HENTING [19], quien en ocasiones, relaciona el delito perpetado con las características de la víctima , llegando a la conclusión de que aquella puede provocar o dar su consentimiento al agresor de modo más o menos inconsciente.

Otro investigador fue MENDELSOHN[20], para quien la culpabilidad de la víctima crece a expensas de la responsabilidad del infractor.

Mendelsohn , establece lo que él denomina “ criterio de culpabilidad correlativa”, según el cual, a la víctima le correspondería una parte de culpa que va a influir en la determinación de la pena del criminal.

En este sentido, distingue entre: víctimas totalmente inocentes, víctimas de menor culpabilidad o por ignorancia,  víctimas voluntarias y tan culpables como el agresor , víctimas provocadoras o imprudentes y víctimas únicas culpables.

Para ELLENBERGER[21], la víctima modela y configura al delincuente.

Tal y como manifiesta la doctora María José Benítez en su libro, es a este autor a quien debemos la aportación del término “victimogénesis” por el que existen factores que predisponen a ciertos individuos para ser víctimas.

Si conocemos y corregimos estos caracteres , podemos limitar el fenómeno criminal.

Finalmente, WOLFGANG[22], constata que un porcentaje significativo(26%) de los homicidios cometidos en Filadelfia se precipitaron por la conducta de la víctima; es decir, la víctima fue la primera en iniciar la interacción criminal o en recurrir a la violencia física.

  Obviamente a la hora de analizar la conducta violenta , no podemos circunscribirla a la responsabilidad penal de un solo sujeto.

Si bien es cierto que, en muchas ocasiones, la conducta violenta es una forma agravada de dominio sobre la mujer y ello conlleva una responsabilidad criminal única por parte del agresor, no podemos olvidar que, en otras ocasiones, esa conducta violenta puede obedecer a otra conducta no menos delictiva , iniciada por la supuesta víctima y que conlleva trágicas consecuencias.  El maltrato psicológico , llevado a un extremo – bien sea por su intensidad o por la reiteración constante del mismo- puede  provocar en otra persona una exaltación en su conducta agresiva y que aboque en otra mucho más violenta.    Desde el momento en que la mujer, quedó al cuidado de su familia y de la casa[23] , aquella tuvo mucho más  tiempo para pensar que el hombre- éste salía fuera para procurar la subsistencia de la familia – y ello la llevó a desarrollar la manipulación psicológica con su pareja.

Esa manipulación transmitida a través de las diferentes culturas y llevada a la costumbre también ha contribuido y contribuye a modo de embrión generador de violencia en determinadas circunstancias.

Se podría decir, sin lugar a dudas, que junto a la figura del perverso , también existen perversas o semi-perversas capaces de desencadenar verdaderos marcos de violencia en la relación con sus respectivas parejas.

La diferencia entre el perverso y la perversa , es que el primero , por propia naturaleza, influirá en ella para que se auto agreda; en tanto que la perversa difícilmente lo conseguirá y posiblemente acabe siendo víctima de su propia violencia psicológica, provocando en la otra parte  un acto de violencia física.

  Existen diferentes tipos de violencia doméstica o violencia conyugal: La violencia física , la violencia psicológica , la violencia económica y la sexual.

La violencia física – a nivel mediático la más común – se caracteriza por todo acto no accidental que provoque o pueda provocar una lesión física o una enfermedad.

Estas lesiones pueden ser desde hematomas, quemaduras, mordeduras, señales por cuerdas u objetos en piernas y cuello y torso o arañazos hasta verdaderas fracturas o lesiones de diferente entidad y gravedad.

Este tipo de violencia es, desde el ancestro, la violencia masculina por excelencia porque en ella priman la pretendida superioridad del hombre sobre la mujer, el acto de dominio y la superior fuerza física del varón sobre la hembra.

  La violencia psicológica – usualmente atribuida a la mujer aunque , de un tiempo a esta parte utilizada y maliciosamente aprendida  por un determinado tipo de hombres – tiene como objetivo principal el menoscabo de la persona a quien va dirigida.

En cada episodio de maltrato psicológico, se ataca el orgullo, los sentimientos, la valía personal, el respeto y la lealtad de la víctima.

Como bien dice en su libro “Marie-France Hirigoyen” la manipulación perversa genera trastornos graves.

La perversión desgasta a las familias, destruye los lazos y echa a perder toda individualidad.

Los agresores, especialmente los psicológicos, falsifican tan bien su violencia que dan con frecuencia una muy buena imagen de sí mismos.

Como manifiesta la doctora Benítez aludiendo a Garrido Genovés[24], en la pareja la violencia psicológica se inicia cuando existe una proximidad demasiado grande que pueda generar en el individuo narcisista una sensación de que su pareja le está invadiendo[25].

El mensaje no confesado es “ no te quiero” pero se oculta para que el cónyuge no se marche.

Así el mensaje actúa de forma indirecta.

Si el otro no se va , se verá frustrado permanentemente y de ese modo se le impide que piense para que no tome conciencia de ello.

El agresor psicológico lo que pretende es paralizar a su víctima confundiéndola y envolviéndola en la incertidumbre.

  La violencia económica, tiene como objetivo principal desgastar a la víctima a través de la utilización de unos recursos económicos superiores en el agresor y siempre en detrimento de aquella  cuyos recursos son inferiores a los de aquel , procurándole una merma considerable que la lleve a una situación anímica límite.

Dentro del marco de este tipo de violencia, podemos encontrar diferentes matices , como por ejemplo la utilización por el agresor de objetos muy apreciados por la víctima – bien sea por su vinculación afectiva, bien sea por cualquier otro tipo de vinculación- y provocar su desaparición o simplemente su ruptura.

En tanto la víctima dependa del agresor – bien sea emocional o económicamente- aquel podrá seguir desplegando su abuso de poder  y , en consecuencia,  seguirá controlando la situación y su afán de dominio sobre la otra parte.

  El último tipo de violencia conyugal que puede ser ejercida , es la denominada “ violencia sexual”.

Este tipo de violencia, quizás la menos manifestada por las víctimas, puede aparecer ligada a cualquier otro tipo de las violencias anteriores y  de manifestarse, lo hace de forma muy sutil.

De hecho, la mayoría de las mujeres  hasta hace poco, se veían obligadas a tener relaciones sexuales con sus parejas muy a pesar de no desearlo.

Esa obligación no se hallaba ligada a ninguna imposición expresa de su esposo, sino que más bien obedecía a lo que para ellas era ya algo considerado natural e inherente a su condición de esposas.

Únicamente , en casos aislados, y dentro de un marco de violencia muy específico , se dan supuestos de violencia sexual que abocan en una clara violación dentro de la pareja.

  Sea cual sea el tipo de violencia empleado en una relación interpersonal y especialmente dentro del marco de la violencia doméstica , existe siempre la presencia de un abuso de poder.

En la medida que una parte ejercita su poder sobre la otra – de manera reiterada – la otra parte disminuye el suyo propio , con lo que aumenta la posibilidad de ser violentada.

  Existen factores que predisponen a ciertos individuos a ser víctimas.

En este sentido, no todas las mujeres, ni – en menor medida – todos los hombres  pueden ser víctimas de una situación de maltrato.

Dependerá de sus vivencias anteriores, de la edad,  del hecho de haber sido maltratada con anterioridad y del nivel de su autoestima, de su personalidad , de su status socio- económico y de la existencia de alguna patología que la incline a dejarse maltratar.

  Existe un notable porcentaje de mujeres maltratadas que lo fueron en su infancia y adolescencia por sus padres o tutores.

También , se da una marcada relación entre “maltratadores” y personas que fueron maltratadas en su infancia.

  En cualquier caso, los malos tratos no son el resultado de una determinada personalidad inherente a la mujer; si bien existen factores que predisponen a ello, lo cierto es que aquellos modifican negativamente la personalidad de la mujer [26].      Existen dos tipo de mujeres maltratadas: Unas son las que consiguen alejarse de su agresor y romper con la relación existente y otras , aquellas que , a pesar del maltrato, permanecen al lado de su agresor.

Pero ¿ cuáles son los factores más importantes a la hora de entender porque una mujer maltratada permanece al lado de su agresor durante tanto tiempo?.

Según el catedrático de psicología clínica “ Dr.

Enrique Echeberúa” , son seis los factores que podrían explicar de manera razonada la pregunta que nos hacemos, respecto a la mujer maltratada que permanece al lado de su agresor, aquellas personas que no hemos padecido situación parecida en nuestros hogares.    El primero de ellos , dependerá siempre del lugar dónde se ubica la familia y el nivel económico que ésta posea.

A mayor aislamiento social y familiar de la persona maltratada [27], más prolongada es la convivencia de la víctima con el agresor.

Este factor socio-demográfico, es el primero que explica la continuidad en la situación de maltrato.

A pesar de que puedan ser personas jóvenes ( menos de cuarenta años) , pueden haber tenido ya un historial de largo de malos tratos, tener un nivel cultural y social-económico bajo o muy bajo y la mayoría de ellas no tener un trabajo fuera de su casa o de tenerlo , ser muy poco cualificado y con una total carencia de soporte social[28].

  El segundo factor relevante , son las repercusiones psicológicas que la gravedad de la violencia tenga en la víctima.

Lo normal es que si a una persona la maltratan de manera continuada e intensa, aquella huya del lugar donde se halla su maltratador, abandonando así la convivencia.

A pesar de ello , si hablamos de las personas- especialmente mujeres- que se encuentran en el primer factor explicado, nos encontramos que hay casos en que la baja autoestima que genera la situación , la indefensión y la falta de esperanza , dificultan que adopten situaciones enérgicas y radicales para cortar definitivamente tan peligrosa y lamentable situación.

Además la propia situación de maltrato crea en la víctima un miedo infundado a un futuro en el que se ve sola y ello explica que, algunas de las mujeres más maltratadas o aquellas que lo son de una manera más violenta[29] , continúen al lado de su agresor y, en caso de haberse apartado, vuelvan con él de nuevo.

  El tercer factor hace referencia a la personalidad de la mujer maltratada.

Si bien no hay una definición expresa de quien puede ser víctima o maltratador y teniendo en cuenta que el fenómeno de los malos tratos puede darse en cualquier tipo de mujer y en cualquier status social y cultural, el grupo de mujeres maltratadas , es un grupo heterogéneo.

Las características que perfilarían mejor a la mujer maltratada son: Baja autoestima, sentimientos de culpa, dificultad a la hora de exteriorizar lo que les pasa, bajo nivel de afirmación y , finalmente, son dependientes emocionalmente A pesar de esto, puede ser difícil de determinar si todas estas características se dan en la víctima originariamente ; es decir, si las tenían antes de entrar en contacto con su agresor , o bien las adquiriesen como consecuencia del maltrato progresivo y continuado[30].

Hemos de recordar que el agresor se ensaña más con su víctima, cuando ve que peligra su poder sobre ella; por tanto, si la víctima se muestra sumisa, él es menos violento con ella.

  Siguiendo siempre al catedrático “Enrique Echeburúa” el cuarto factor que explicaría la prolongada permanencia de las mujeres maltratadas junto a sus maltratadores, vendría determinado por las creencias de la propia víctima y sus vínculos emocionales.

Muchas mujeres pueden sentir vergüenza al decir que son víctimas de una conducta tan degradante; también pueden creer que sus hijos siempre estarán mejor si conviven junto a su padre y a su madre que si lo hacen sólo junto a su madre.

También piensan que ellas mismas no van a poder seguir adelante solas con sus hijos.

Junto a estos factores, aunque cada vez menos, existen también creencias religiosas, como el hecho de que “ el matrimonio es para siempre y hay que aguantar lo que haga falta”.

Esa idea respecto al vínculo matrimonial se halla todavía muy arraigada entre mujeres mayores de sesenta años y con poca o escasa cultura.

En ocasiones, pueden llegar a pensar que su pareja va a cambiar y con el cambio desparecerá la situación de maltrato, e incluso llegan a decir que si ellas les abandonan , ellos se hundirán.

En un nivel más profundo de confusión y baja autoestima, algunas piensan que ellas son , en parte, responsables de los actos violentos de su pareja , que él no es tan malo.

El nivel de auto-engaño puede ser tan fuerte que , ante etapas de arrepentimiento del agresor hacia la víctima, ésta piensa que se halla arrepentido de verdad y que no sucederá lo que durante tanto tiempo se repite.

Ante esta situación , se halla totalmente confundida emocionalmente y esa confusión no sólo le genera miedo sino que además puede llegar a paralizarla , manteniéndola definitivamente dentro de la relación.

  El quinto factor, es la falta de información de algunas mujeres respecto a los recursos que la Comunidad puede ofrecerles en caso de malos tratos , entendiéndose por tales: el asesoramiento jurídico, psicológico y la posibilidad de ser trasladadas a una  casa de acogida.

Esta falta de información , aunque cada día es más inexistente, puede darse en aquellas mujeres que por su nivel de aislamiento e incultura , no tienen acceso a los medios de comunicación , bien sea a través de los periódicos , de la televisión o de los propios familiares o amigos.

Por último, el sexto factor – muy relevante – hace referencia a la conducta y el estado emocional del agresor.

A menudo , en una situación de violencia doméstica , el agresor infunde mucho miedo a la víctima.

Ello se materializa mediante amenaces; manifestándole que si se va y lo deja tendrá que atenerse a las consecuencias.

En ocasiones, esas expresiones pueden ser mucho más fuertes y agresivas.

Si a todo esto, le añadimos el hecho de que, muchas víctimas saben, a través de los servicios mediáticos, el grave peligro que corren si se van – acecho, lesiones e incluso la muerte – es normal que muchas de ellas permanezcan conviviendo con el maltratador, por miedo a que el remedio sea peor que la enfermedad.

La llave del éxito en cuanto a la decisión que ha de tomar la víctima, está siempre vinculada al soporte familiar que tenga – padres, hermanos, abuelos – o bien el social – amigos e Instituciones – ; también dependerá e la edad de sus hijos y de sus recursos económicos.

Si todo esto le es favorable , decidirá correctamente.

Si , por el contrario, no lo es, posiblemente continúe junto a su agresor.

  El ciclo que se sigue en la situación de maltrato familiar, siempre es el mismo:   Los maltratos psicológicos pueden dar lugar a la violencia física, especialmente cuando la víctima no quiere someterse voluntariamente.

La conducta violenta se caracteriza siempre por presentar una ACTITUD HOSTIL[31].

Paralelamente a la hostilidad , aparece la IRA[32].  El abuso de poder reiterado y constante aumenta el poder del agresor y disminuye o extingue el de la víctima.

Cuanto mayor es la resistencia de la víctima al sometimiento , mayor es el ensañamiento del agresor hacia la víctima.

En casos de agresores muy violentos, el miedo a la pérdida de su poder , puede conducirles al asesinato   Partiendo de la base que la violencia contra las mujeres y los menores dentro del ámbito familiar  suelen responder a patrones de dominio-sumisión, podríamos afirmar que la violencia doméstica[33] es una manifestación más de la violencia de género, puesto que responde a unas relaciones jerárquicas y no igualitarias que se han establecido en dicho ámbito.

  El concepto de “ violencia de género” está siendo asumido por los tribunales españoles.

La sentencia[34] dictada por el Juzgado Penal número 1 de Sevilla, de 26 de Noviembre de 1999 (568/99 ) es ilustrativa de ese tipo de violencia y la describe de manera muy precisa.

  Si tenemos en cuenta que las relaciones violentas – desde hace aproximadamente unos catorce años – se han convertido en una verdadera epidemia y que, con anterioridad, se consideraba un tema tabú[35], circunscrito al ámbito de lo privado pero no por ello inexistente, debemos preguntarnos no sólo el porque sino además analizar previamente la atracción y la elección que están en la base de estas relaciones.

  Conocemos cuales son los patrones que han condicionado la desigualdad entre el hombre y la mujer, pero a la vez desconocemos cual es el mecanismo psicológico que nos inclina hacia unas personas y no hacia otras.

 Nos socializamos en una sociedad con unos valores determinados respecto al hombre y a la mujer, respecto a lo deseable y a lo que hemos de rechazar.

Nos atrae aquello que SOCIALMENTE hemos asimilado y transformado como deseable.

Como dice Gómez[36]: El dilema está en cómo enfrentarse a la socialización que guía las motivaciones y desmotivaciones , en cómo cambiarlas, en transformar “lo que sale de dentro” y que, evidentemente , antes ha tenido que entrar.

  Lo que la realidad nos muestra es que, muchas veces, alimentamos nuestra socialización con valores desiguales respecto al hombre y la mujer.

La ética nos indica unos valores iguales dentro de la relación hombre-mujer, pero los deseos nos inducen a crear relaciones desiguales.

Últimamente, se han realizado diversos estudios para investigar el comportamiento de los jóvenes frente a las relaciones afectivo-sexuales y su posible relación con la violencia de género.

  En ellos, se ha podido comprobar que, en general, las chicas se sienten atraídas por aquellos chicos que adoptan una actitud machista y competitiva frente a las relaciones.

Así, por ejemplo, se sienten atraídas hacia aquellos que “ se enrollan “ cada semana con una chica diferente , para mantener su fama de “ guapos” y “ conquistadores”.

Esa imagen de chico “ guapo, ligón y castigador” reforzado por una especie de perverso afecto, hace que cada vez guste más quien ya gusta.

En estos supuestos, la masculinidad dominante que desprenden “ esos chicos” aumenta su estrategia de poder y ello hace que “ esas chicas” deseen conseguirlo como sea[37], aun a costa de no ser bien  tratadas por ellos.  Obviamente, cuando ello sucede, estamos en presencia del inicio adolescente de la sumisión de la mujer al hombre y a los malos tratos.

  Las conferencias mundiales de mujeres , han subrayado el carácter estructural y las consecuencias sociales y de otra índole de la violencia de género.

Según Lorente Acosta[38], los presupuestos estructurales de la violencia de género se encuentran en “normas y valores socioculturales” y deben ser combatidos por todos los ciudadanos  a través del fomento de la educación en valores igualitarios y de respeto a la dignidad humana, así como por el Estado , a través de su fuerza coactiva.

  En España – como consecuencia de las normativas internacionales – y  desde los años ochenta , se ha desarrollado una intensa actividad dirigida a concienciar a la sociedad, sensibilizándola respecto al problema de los malos tratos en el ámbito doméstico.

Ello comportó campañas de sensibilización que animaban a las mujeres ( madres e hijas ) a denunciar y les explicaban cómo hacerlo.

Como fruto de todo ello, aumentó sensiblemente el número de denuncias y los Juzgados empezaron a llenarse de casos que resolver; en un primer momento la torpeza ante la novedad implicó cierta indefensión de la pobre víctima que acudía sola – sin abogado- y era interrogada por un abogado “ fuerte y duro” que representaba al marido o pareja.

Ello clamó de numerosas y progresivas reformas , siempre con el ánimo , de mejorar y suavizar el impacto del proceso penal y de la Administración de justicia en las víctimas.

En 1997 , un trágico hecho[39], sucedido en Granada será decisivo para que las medidas que se aplicaban , hasta entonces, en situaciones de violencia doméstica cobraran un importante endurecimiento respecto al agresor , endurecimiento que ha aumentado paulatinamente hasta llegar a la actual “ Ley de protección integral de la violencia doméstica” de 28 de Diciembre del 2004.

Ese desgraciado y lamentable hecho conllevó dos circunstancias irreversiblemente relevantes: –     En primer lugar , de la lectura e los hechos, se desprendía que la actuación del esposo-asesino revelaba el castigo de éste por la rebeldía de su mujer y que relató públicamente cuando saqlió en “ Canal Sur” –      En segundo lugar porque el convenio judicial que se aprobó en la separación , permitió que las dos viviendas que se hallaban en un mismo edificio se repartieran en cuanto a su uso entre ambos esposos; lo cual no dejaba de ser una aberración , habida cuenta de la situación de violencia constante y reiterada que abocó en la separación matrimonial.

  Con todo , a pesar de los esfuerzos de toda índole, por erradicar la violencia de género, no podemos esperar un resultado esclarecedor sino es a través de un cambio radical en la mentalidad de numerosas personas.

Hay que fomentar la conciencia de las posibilidades de una vida feliz más allá del círculo cerrado de violencia en la que, numerosas mujeres , se hallan inmersas aun a pesar del proyecto de vida en el que creyeron en un principio.

La dominación y la violencia psicológica representan uno de los peores atentados contra los derechos de las personas , porque limitan su evolución a lo que la otra persona ( dominador) quiere imponer.

Hay que deshacer el “equívoco”[40] de que AFECTO equivale a CONTROL  y ello como premisa de socialización de los afectos.

  Como medida muy importante a desarrollar, estaría la de insistir en las capacidades de los más jóvenes para desarrollar las relaciones igualitarias.  Para ello es importante la labor de los medios de comunicación quienes no sólo han de actuar para denunciar sino que una de sus principales labores ha de ser la de proponer modelos de comportamiento y deseo así como nuevas formas de atracción y elección.

También sería básica la labor de los agentes educativos , desde la escuela primaria hasta la Universidad pasando por cualquier otro tipo de escuela.

Sirva a título ilustrativo la propuesta del Ayuntamiento de Jerez respecto a la educación contra la violencia de género:     “ Una educación que…

Potencie el amor, la generosidad , la compasión , la capacidad autocrítica , la expresión de los sentimientos y la habilidad de ponernos en el lugar del otro.

Que censure las peleas entre los niños o la crueldad de los animales.

  Prepare a las niñas para querer sus cuerpos, no ser sumisas, prevenir y denunciar las agresiones , las enseñe a decir no y a distinguir las caricias sexuales de las que no lo son, a defenderse de conocidos y desconocidos , sean o no adultos, y a comunicar a la persona en la que más confíen cualquier tocamiento, agresión o experiencia que despierte sus sospechas, con la seguridad de ser creídas y protegidas.

Y a los niños igual , pero además hay que poner el acento en que sean igualitarios, respetuosos, pidan permiso y acepten las negativas”.

  Hay que aprender a rechazar a las personas que actúan de acuerdo a valores opuestos a una relación basada en el amor , el afecto y la amistad.

Para ello hay que identificar las situaciones en que el deseo se opone a la razón y tomar conciencia de que la elección sólo es correcta si está de acuerdo con valores que se alejen de la violencia y la sumisión.

    Sólo podremos erradicar la violencia de género si , junto a las medidas penales coactivas contra el agresor, somos capaces de SOCIALIZAR [41]PREVENTIVAMENTE LA VIOLENCIA DE GENERO.

    Y ello se hace a partir de la radicalización de la propia libertad personal, pero se consigue a través del entorno, de la interacción con las personas que nos rodean, mediante la reflexión sobre la propia vida, sobre lo que nos gusta y lo que queremos conseguir.

          ISABEL FERRER MUÑOZ   JULIO DEL 2005.

            [1] “Una Mirada abarcativa sobre el problema de la violencia familiar”Buenos Aires 1994 [2] “The cultural construction of Gender and sexuality” Cambrige Universty Press 1981 [3] “Belief and the problem of women”.

S.

Ardener ed.

1975  [4]”Sisters and Wives” Wespot Conn.

Greenwod Press 1979.

[5] “Subrodination: Feminism and social Theory” Sidney Gerge Allen 6 Unwin 1985 [6] traducción de Salustiano Masó.

Madrid.

Alfagura 1979 [7] “Emile” Education, Morale, Botanique 1969 [8] “The contract sexual” Stanford.

University Press 1988 [9] “De l´excellence des homes contre l´egalité des sexes” París, Jean de Puis, 1675 [10] “ Vindicación de los derechos de la mujer” Madrid Cátedra 1994.

[11]“Herederas y heridas “ Ed.

Cátedra 2002 [12] “ La dominación masculina” Anagrama 2000 [13] “La tercera mujer” Anagrama 1999 [14] Georges Balandier, “Antropologiques” Paris PUF1974 [15] “ Psicología social” Barcelona 1982 [16] “ Violencia contra la mujer en el ámbito familiar” Edisofer Madrid 2004.

  [17] “El acoso Moral” El maltrato psicológico en la vida cotidiana [18] “ Criminología y victimología” Beristain Ipiña Bogotá 1998    “ La Victimología” Iruela Jiménez D.

1993 [19] “ El criminal  su víctima” New Haven 1948 [20] “Victim – Precipitated Criminal Homicide” [21] “ Relaciones psicológicas entre el criminal y la víctima” [22] “Victim-precipitated Criminal homicide” [23]  Aquí vuelvo a incidir en la obra de Rousseau y su frase “ Las mujeres hiciéronse más sedentarias y se acotumbraron a guardar la choza y los hijos mientras que el hombre iba en busca de la subsistencia común” [24] “ Amores que matan” Barcelona 2001.

[25] Nótese que el término “invasión” también pudo ser una consecuencia para la mujer a la hora de iniciar la manipulación psicológica, actualmente manipulación perversa, cuando se sintió invadida “ dominada” por el hombre.

[26] Vazquez Mezquita “ El perfil psicológico de la mujer maltratada” Estudios sobre violencia familiar 1998-99 [27] Ello se intensifica si además la mujer tiene hijos pequeños y depende económicamente de su pareja [28] No hemos de olvidar, que, con independencia del primer factor u otros que comentaré a continuación, los malos tratos continuados y progresivos, pueden llegar a crear una situación enfermiza de dependencia que abona para si, de una manera inconsciente, la necesidad de más malos tratos.

[29] Recordemos el caso de Rosario Núñez, quien tras una vida entera de malos tratos  , lo consideraba tan normal que, sin ofrecer resistencia a aquella situación repetida y anormalmente violenta, murió en manos de su marido y se la encontró muerta a su lado, con el cinturón de su bata atado al cuello.

[30] Médica y psicológicamente está comprobado que la violencia doméstica – continuada durante muchos años – genera en la víctima cambios emocionales profundos, baja autoestima y la hace resignada y poco afirmativa.

[31] Esta actitud puede venir motivada por el hecho de que el hombre presente una personalidad machista que de lugar a la sumisión de la mujer.

También podría venir dado por el hecho de ser una de las partes muy celosa, o bien que se hubiera creado una situación patológica en la que la violencia fuera un reclamo para la resolución de los problemas en el hogar.

[32] Esta emoción suele acompañar las situaciones de violencia y puede venir motivada y agravada por presiones económicas, laborales , problemas con los hijos o los miembros de la propia familia, el hecho de que uno de los dos haya conocido a otra persona, etc.

La ira siempre genera un impulso que inclina a dañar a la otra persona.

[33] Siendo una manifestación más de la violencia de género , estaríamos hablando de “violencia de género en el ámbito doméstico”.

[34] La sentencia reza así: “ Para concluir con lo expuesto, conviene precisar que en el caso estudiado se dan todas las características que están estrechamente arraigadas en la esencia de este tipo de conductas (síndrome de maltrato a la mujer en el ámbito familiar o doméstico).

Por una parte se trata de una violencia llevada a cabo por el hombre contra la mujer ( de ahí que se hable de violencia de género: masculino/femenino , aunque algunos autores no se hallen de acuerdo con tal denominación, así Dalla Corte) para perpetuar una serie de roles y estereotipos creados por el primero y asignados al segundo  con el fin de continuar con la situación de desigualdad, inferioridad y  sumisión que tiene la mujer en nuestra sociedad.  Se trata de una agresión contra las mujeres que no siguen las normas  o esquemas del género, aquellas que no se mantienen sumisas y dóciles ante el hombre.

Los mandatos culturales , y a menudo también los legales, sobre los derechos y privilegios del papel del marido han legitimado históricamente un poder y dominación de éste sobre la mujer ( extensible a cualquier miembro de la familia) promoviendo su dependencia económica de él y garantizándole a éste el uso de la violencia y de las amenazas para controlarla.

La conducta violenta frente a la mujer se produce como patrones de conducta aprendidos y mantenidos de generación a generación, normalmente en los ambientes habituales de relación.   [35] No podemos olvidar esa frase tan significativa , que tantas veces  hemos oído: “ la ropa sucia hay que lavarla en casa “ [36] “El amor en la sociedad de riesgo.

Una tentativa educativa” El Roure 2004.

[37] Dentro del marco de las investigaciones que he referido, transcribo una conversación real entre chicas que demuestra la relación entre el inicio de algunas relaciones afectivo-sexuales y la violencia de género.

–        Tiraría para el tío.

Si estás enamorada y te gusta…

aunque te trate mal, no lo ves, y te lo dicen y no lo ves.

Y si te lo dice una tía, peor.

–        Y no intentarías verlo…

–        Me plantaría la duda , pero no lo dejaría.

–        ¿ Hasta que te estrellaras? –        Sí.

[38] “ Mi marido me pega lo normal” Editorial Crítica S.L.

Barcelona 2001.

[39] Se conoce como el asesinato de Ana Orantes, quien fue asesinada por su esposo, del que se hallaba separada de mutuo acuerdo desde hacia un año , cuando le lanzó un recipiente que contenía gasolina y que le cayó por la espalda  y le impregnó la ropa.

El asesino le prendió fuego con un mechero que le acusó mortales quemaduras que acabaron con su vida.  Días antes del suceso Ana Orantes, salió invitada en el “Canal Sur” para tratar el tema de los malos tratos , dónde relató su vida matrimonial , llena de malos tratos psicológicos y físicos  inferidos por su esposo al que acusó , así como también a su suegra de quien había recibido malos tratos psicológicos tiempo atrás.

[40] Este equívoco afecta tanto a jóvenes como a mayores y sienta la base del abuso de poder de una de las partes  y “ por ende “ el detrimento del poder de la otra, lo cual lleva a la subordinación y necesariamente a la desigualdad y muy probablemente a la violencia.

[41] “ Violencia de género”  Esther Oliver y Rosa Vall