El pasado domingo, en Barcelona, asistimos a una nueva tragedia en el seno de una familia. En esta ocasión, las víctimas fueron dos menores de nueve y once años de edad, quienes fueron presuntamente ahogados por su madre en una bañera. La madre de los niños, boliviana de treinta y cinco años, con antecedentes de maltrato por parte de su pareja y una situación personal y económica muy precaria, no recibía dinero alguno por parte del padre de sus hijos y sí algunas ayudas por parte de servicios sociales. Según han manifestado algunos vecinos, tenía que ser desahuciada, a finales de mes, del piso en el que vivía junto a sus hijos por no poder hacer frente a su pago. La misma tarde del domingo en que sucedieron los hechos, ella y su ex marido o pareja se vieron y discutieron de nuevo. Poco después, ella le hizo saber que no volvería a ver más a sus hijos porque los mataría.
Hace poco menos de un año, Miguel Llorente, eminente médico-forense que ha dedicado parte de su estudio y publicaciones al tema de la violencia doméstica, publicaba en su bloc un artículo en el que, de manera magistral, asociaba el paisaje actual de nuestra sociedad al famoso cuadro del pintor noruego expresionista Munch, titulado “ El Grito”. En dicho artículo, hablaba de las coincidencias entre lo que refleja la expresión del cuadro del pintor y las escenas que aparecen a nuestro alrededor – aunque desconozcamos la realidad de las mismas – observando las caras y la conducta de algunas personas. No se sabe, a ciencia cierta, si lo que Munch trató de reflejar en su cuadro a través del rostro angustioso de la persona que grita era su propia angustia o si ello escondía una crítica a la nueva forma de organización socio-económica de la época – finales del siglo XIX – en que se pintó. Sabemos, que en un primer momento, Munch llamó a su pintura “ La desesperación”; desesperación, que atrapada en una angustia irreversible se convirtió en un grito desgarrador que puso título final a su obra. Ese grito acompañado del gesto de unas manos que tapan los oídos de aquel que no quiere oír más argumentos baldíos.
La tragedia del pasado domingo confirma la gravedad a la que aludí cuándo comentaba el aumento de la violencia doméstica y de género a resultas de la crisis que padece nuestra sociedad; violencia que aumenta la vulnerabilidad de sus víctimas – especialmente los menores – que se hallan impotentes en el marco de la conflictividad que padecen sus hogares.
Esperemos que tragedias cómo la que aconteció el pasado domingo en Barcelona no se repitan jamás.